La historia de los alebrijes viene gracias a los sueños de Pedro Linares, un artesano de la Ciudad de México que trabajaba con la cartonería y que en 1936 cayó en una enfermedad que lo hizo alucinar, entre sus alucinaciones aparecieron figuras fantásticas que no supo describir, por lo que decidió reproducirlas en cartón. Estas figuras extrañas gritaban en sus sueños la palabra “¡Alebrije!” por lo que se les quedó este nombre.
A principios de la década de los 80’s Manuel Jiménez, un artesano de San Antonio Arrazola, conoce a Linares y adapta el trabajo de ambos para dar lugar a los alebrijes oaxaqueños: Figuras fantásticas talladas en madera de copal y pintadas con diferentes motivos y colores, que son reconocidas a nivel mundial por su alta calidad estética y por la perfección de la elaboración.